A Evo Morales le han hecho pernoctar en Viena, que es un sitio estupendo para pasar una noche toledana. Viajaba el boliviano de Moscú a La Paz cuando varios países europeos decidieron retirarle las autorizaciones para sobrevolar su territorio, no tanto porque pensaran que el hecho de que un indígena viaje en un avión presidencial es más sospechoso que Urdangarin jugando al Monopoly -que eso, al parecer, ya lo tienen medio asumido- sino porque temían que hubiera escondido en su interior a Edward Snowden, el exanalista de la CIA que tiene a Obama de los nervios.
Los europeos somos así. EEUU espía a nuestros gobernantes hasta en la ducha, pero en el Viejo Continente no somos rencorosos y basta una orden de Washington para que corramos en su auxilio ante la amenaza de que el joven que denunció este espionaje precisamente ponga en aprietos al Imperio. Con Morales, además, es que no se puede uno fiar, porque no sabe lo que es la seguridad jurídica ni el ordenamiento jurídico ni nada que tenga que ver con lo jurídico en general.
Por esa razón, un puñado de los países más respetuosos con la ley decidieron hacerse con ella un avión de cartulina y obligar a Morales a efectuar un aterrizaje de emergencia en Austria, pasándose de paso por el forro todos los convenios internacionales en materia de navegación aérea que aseguran el libre tránsito sin permiso previo. Y es que el presidente de Bolivia no respeta nada.
España, en esta ocasión, ha vuelto a ocupar su lugar en la historia como soñaba Aznar, que no es otro que el de la genuflexión ante el amigo americano. Se demuestra también que cualquier cuento, incluido el de Caperucita, puede cambiar una barbaridad en poco más de diez años. En aquellas fechas en este país no se preguntaba nada a los aviones con tipos de la CIA en su interior que aterrizaban en nuestros aeropuertos, especialmente si como pasaje viajaban supuestos miembros de Al Qaeda secuestrados por los servicios de inteligencia de EEUU y en rumbo a Guantánamo para poder ser torturados en ese clima tropical tan benéfico.
Como entonces, España ha estado a la altura de las circunstancias. No sólo negó el paso al avión de Morales sino que trató de enviar a su embajador en Viena a investigar dentro del aparato con la excusa de tomarse un café con el mandatario boliviano y certificar así si entre la tripulación estaba Snowden disfrazado de azafata o, en su defecto, comprobar si Morales había aprovechado su paso por Moscú para cargar de ‘estrangis’ unas latas de caviar de beluga, dificilísimo de encontrar en el altiplano.
Aunque se haya demostrado que Snowden ni estaba ni se le esperaba, Morales debería entender que no puede viajar por el mundo en avión impunemente. Hay que cumplir unas reglas, un protocolo. Debe someterse a la ley del hombre blanco y dejarse de pachamamas y otras gaitas. Rajoy, que tiene buen corazón, le permitía esta mañana sobrevolar la madre patria y hasta repostar si lo deseaba. Tendría que estarnos agradecido.