Podredumbres, mentiras, cuentas suizas, financiación ilegal, chantajes, no eran más que cortinas de humo. Lo que asoma detrás de la correspondencia entre Mariano y Bárcenas (si la correspondencia es ficticia, no sé a qué esperan para cerrar televisiones y periódicos) es una hermosa historia de amor. Y como las buenas historias de amor, como los buenos boleros, también éste acaba en rencor, odio y despecho. Si uno lee de carrerilla los sms entre Mariano y Bárcenas, le sale una canción de Pimpinela.
Esta nueva contribución del PP a la literatura popular señala la dificultad de escribir un relato coherente cuando no se tiene muy claro ni el estilo ni el género. Demasiados cambios de timón, demasiadas perspectivas, demasiadas incoherencias narrativas. Lo que empezó como novela negra, muy negra (con sospechas, con trajes, con regalos, con bodorrios, con cuentas suizas) se ha contagiado del tono de una novela rosa hiperbreve certificada en varios mensajes de móvil. Ya era bastante difícil mantener la ficción de que Bárcenas no es más que un supervillano que tenía engañada a toda la directiva del partido sin contar con la excusa de una deficiencia mental colectiva. Al final el ingenuo lector, el votante pasmado, el españolito de pie atropellado por la peor crisis de la democracia no sabe qué es peor: que lo haya timado una mafia política al completo o un solo delincuente con gomina. Ni a qué novela quedarse: una banda de ladrones corruptos y embusteros o una ganadería de tontos faulknerianos al frente del gobierno.
Además del género policíaco y de Faulkner, Mariano también ha recurrido a Cela: “Sé fuerte, Luis”. “Resiste”. El que resiste, gana, epitafio del único premio Nobel gallego. Claro que no es lo mismo resistir fumando habanos en La Moncloa que fumando Farias en el trullo. Ahora, como en los malos culebrones, surge de golpe una solución de compromiso, una historia de amor pimpinelesco que hay que desentrañar entre líneas, como los cuentos de Chéjov. Decía Hemingway que un buen cuento debe ser como un iceberg, con cuatro quintas partes sumergidas. Pero el iceberg se va descongelando y lo que sale a flote no es ni cuento ni hielo. En su lento deshielo, Mariano al menos ha demostrado cierta coherencia narrativa, un dolce far niente, no hacer nada, no decir nada y cambiar de canal cuando dan las malas noticias. Como si, en vez de referirse al presidente del gobierno y a su vergonzosa implicación en una trama infecta, estuviera asistiendo a una película. Como si, en vez de hablar de política nacional, hablaran del tiempo. No esperábamos más, pero tampoco menos, del hombre que definió una marea negra como “unos hilillos”. Entonces el petróleo anegaba a mejillones y percebes y diez años después ahoga a las gaviotas.
Es posible que los guionistas de La Moncloa recurran para el próximo giro narrativo a la ciencia-ficción, uno de los pocos géneros que todavía no han tocado. Un mundo paralelo (para muy lelos), una realidad alternativa donde el presidente ya se ha instalado y en la que los mensajes de móvil, los cuadernos de Bárcenas y el dinero negro forman parte de una conspiración alienígena, un viaje al centro de la mierda con paradas en Suiza, en Soto del Real y en Génova. Mariano sería otro Mariano y Bárcenas otro Bárcenas, seres brotados de habichuelas gigantes como en La invasión de los ladrones de cuerpos. Tampoco suena demasiado inverosímil teniendo en cuenta todo lo que nos han contado en episodios anteriores. Pero yo me quedo con la historia de amor. Sí. De amor al dinero.