El campo está de luto.
Ni los ajos levantan la cabeza
ni se riza el cabello la lechuga
ni se tornea el pecho la cebolla
entre las malas hierbas que amortajan
las raíces de tallos y sudores.
Los anti apabullan. Antirrábanos,
se cogen por las hojas antiverdes,
anticuerpos abonan soledades
y antiparras abrevan abejones.
Todas las antinomias proliferan
pantalones vaqueros
de andar a lo que salga.
No hay camillas que lleven estos campos
a hospitales de urgencia
donde remienden agonías
y extirpen rascacielos.
Las tierras de labor han malparido
y son metros cuadrados de cemento
menudeando antenas,
sustituyendo el aire por prismas de abalorios
el brindis de alegría de los árboles
por mástiles de hollines.
Las yuntas se han uncido a los crepúsculos
y han puesto freno a las simientes
cerrándoles las puertas
a la flor del trabajo,
al crecer con holgura
de amar epifanías
que despabilen júbilos de dientes.
Milimetran metáforas,
sinoptizan augurios,
disfrazan la razón de los terrones
y no matan el hambre.
Todo está sometido
a fabricar tantos por cientos,
a producir verbenas y artificios,
a facturar barbechos de papeles.
Y a las mieses del pan,
al arado y la hoz,
a las cosechas
que los parta un rayo.
Pedro García Cabrera